Celos: del interés a la obsesión

En torno a la cuestión de la función que para la pareja tienen los celos, se establecen diferentes argumentos a favor y en contra. No es extraño escuchar en cualquier conversación proclamas que defienden unas y otras posturas. “Ser celoso significa que quiero a mi pareja”, “si es celosa es que no se fía de mi”, etc. En eso radica el delicado equilibrio que deja entrever nuestro título “Celos, del Interés a la Obsesión” dependiendo de diversas variables personales (esquemas, ideas irracionales, vulnerabilidad psicológica hacia la dependencia emocional, experiencias….) nos colocaremos hacia un lado u otro de la balanza. Cuando Lucía acudió a consulta por primera vez lo hacía para que le ayudáramos a tomar lo que para ella era “la decisión correcta” sobre si dejar o no a su novio. Existían numerosas quejas sobre el comportamiento de su pareja, conductas que para ella reflejaban, prácticamente, sin lugar a dudas, que le estaba siendo infiel. Sometía a su pareja a continuos interrogatorios y comprobaciones que lejos de tranquilizar producían un aumento de sus miedos y conductas aseguradoras. Ya en esos primeros momentos de la evaluación  nos dimos cuenta que había numerosos pensamientos obsesivos e irracionalidades que impelían  a Lucía a ir aumentando cada vez más el circulo de supervisión con respecto a su novio. Todo esto nos  indicaba la presencia de  celos patológicos (celotipia) que poco a poco habían ido condicionando todos los aspectos de su vida y la de su pareja. Afortunadamente no en todos los casos en los que están presentes los celos se desarrollan patologías.

 

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El virus del pensamiento negativo

Felipe acude por primera vez a consulta muy angustiado y sin saber muy bien qué hacer. Desde siempre había sido una persona muy activa y dinámica, emprendedora en numerosos proyectos y por ende con éxito en aquello que se había propuesto.
Desde hacía un tiempo parecía que todo le costase más trabajo de lo habitual, ahora tenía 37 años y una vida más bien acomodada, se había casado (felizmente) hacía dos años y todo en casa funcionaba a la perfección, sin embargo a Felipe le imbuía una sensación de insatisfacción indefinida, parecía que todo tuviera un matiz opaco, de limitada translucidez.
Incluso las cosas que más le entretenían y divertían, como sus partidas de póker hasta altas horas de la madrugada con sus amigos, se habían convertido en algo rutinario y tedioso que cada vez le atraían menos. Desde siempre se había considerado una persona deportista y con hábitos de vida saludable, todos los días religiosamente a la misma hora se calzaba sus deportivas y corría sus 8 km de rigor, le gustaba (y se jactaba) de cuidar su alimentación. Todo esto le hacía sentirse bien y de alguna manera elevarse por encima del resto de mortales.
Llevaba ya un tiempo que tampoco esto le animaba, pensaba que ¿para qué el esfuerzo?, pero a la vez se criticaba por incumplir sus rutinas saludables cosa que le hacía sentirse tremendamente culpable.
Si lo pensaba, en realidad, últimamente sus emociones fluctuaban entre el abatimiento y el sentimiento de culpa por casi todo lo que antes hacía y ahora se veía incapaz de hacer.
¿Qué es lo que me pasa?, ¿por qué no consigo ser feliz?, se preguntaba constantemente, y los intentos de ayuda por parte de su mujer, familia y amigos parecían chocar contra un muro, lo que les asustaba en principio, pero frustraba y enfurecía después.

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Es cosa de “magia”

Se levanta esa mañana preocupada y dando vueltas a la casa sin parar un segundo de darle vueltas a una idea que le perturba desde hace 2 días; “¿Por qué no ha llamado?, ¿le habrá pasado algo?,¿debo llamarlo yo?”. Su hijo hace una semana que se encuentra estudiando en otro país, gracias a una beca que le han concedido, de la cual toda la familia se siente muy orgullosa. Lo más lejos que había tenido Lucía a su hijo fue un viaje a la capital hace 3 años pero tan solo había estado fuera un fin de semana.

Lucía confiaba plenamente en su hijo Alejandro pues siempre había sido un niño responsable que avisaba si surgía algún imprevisto que le impidiese llegar a la hora esperada. Desde que llegó a su destino Alejandro había informado “religiosamente” a su madre de su situación y parecía que ahora se le había “tragado la tierra”.

Todos en la familia de Lucía le habían intentado tranquilizar argumentando que era normal, que era joven, que estaría ocupado, que le dejara su espacio, etc, Lucía sabia que tenían razón pero no podía evitar sentir esa desazón que le aprisionaba el pecho y que le dificultaba la respiración, pensaba en todo tipo de catástrofes que le podían haber sucedido a su hijo. De alguna manera creía que si se preocupaba lo suficiente por él evitaría que esto que tanto temía se hiciera realidad. Continuar leyendo “Es cosa de “magia””

Filosofía del “refuerzo”

En los tiempos que corren no es inusual escuchar una frase más o menos manida que hace referencia a que hay una crisis de valores y no solamente económica haciendo mención especial a los jóvenes de una generación mal llamada “perdida”. Esta frase seguro la habéis escuchado alguna vez en boca de un supuesto “experto” en estas lides, vendría a decir algo así como : “estos chavales de ahora les falta filosofía del esfuerzo”.

¿Qué quieren decir con esto?, ¿qué no se esfuerzan?, ¿que han tenido demasiadas facilidades?, o ¿volvemos a lo de la crisis de valores erróneamente transmitidos o mal aprendidos?. Continuar leyendo “Filosofía del “refuerzo””