La vergüenza y la ansiedad social

Experimentar vergüenza, si bien es desagradable, no es necesariamente negativo. Forma parte de nuestro repertorio emocional, y al igual que otras emociones, la vergüenza tiene una función.


¿Por qué sentimos vergüenza? Las personas somos seres sociales. Y por ello, dentro del abanico de emociones que podemos sentir, existen las emociones sociales, aquellas que se experimentan en la interacción con los demás. La vergüenza aparece para orientarnos en la socialización, para motivarnos a no tener comportamientos que puedan ser valorados negativamente por los demás, y así seguir siendo miembro de nuestro grupo de amigos, por ejemplo. Por tanto, es una emoción aprendida, aprendemos qué comportamientos son indeseables según nuestra cultura y nuestro entorno.

Si la última vez que acudiste a una reunión informal con tus compañeros de trabajo hiciste algo por lo que sentiste vergüenza, como un comentario inapropiado, la emoción podría servir para evitar que repitas esa conducta.

Cuando sentimos vergüenza, para colmo, se nota porque se nos enrojece la cara. También podemos tartamudear, temblar… Esto puede generarnos inseguridad, falta de confianza. Interfiere en nuestra forma de relacionarnos, porque obstaculiza el uso habitual de nuestras habilidades sociales. A esto lo llamamos timidez. Tal vez acudas a la próxima reunión, pero el sentimiento de vergüenza es tan abrumador que no puedes pensar en otra cosa, y te genera una inseguridad que te lleva a hablar menos, o en un tono más bajo.


La vergüenza está muy relacionada con el miedo, concretamente, el miedo al rechazo. En ocasiones, se puede llegar a generar una preocupación entorno a este miedo que nos limita en determinadas situaciones. Si antes de que ocurra la reunión estás anticipando la posibilidad de volver a meter la pata, la vergüenza que podrías sentir, las reacciones de los compañeros… a esto lo llamamos ansiedad social.
La ansiedad social puede llevarnos a huir de determinadas situaciones, o directamente a evitar enfrentarnos a ellas. No acudir a las reuniones con tus compañeros puede servir para que no repitas una conducta que te avergüenza, pero dejar de relacionarte con ellos es un precio muy alto a pagar. Es más, si esta tendencia se repite en otras áreas de nuestra vida y nos limita de una manera importante, podríamos llegar a hablar de un trastorno de ansiedad social.

Por lo tanto, es importante aprender a afrontar las situaciones que nos producen ansiedad social.
¿Cómo hacerlo?

  1. Exponerse cuesta, pero tiene su recompensa.
    En ocasiones, tendemos a magnificar las posibles consecuencias de nuestros actos. Podrías llegar a pensar que, si en la última reunión hiciste un comentario inapropiado, éstos van a pensar en ello constantemente, o van a hacer atribuciones negativas sobre ti (“torpe”, “ridículo”…). Esto puede hacer que exponerte a la próxima reunión te genere ansiedad, emociones intensas… Hasta que acudas y compruebes si los demás te tratan igual que siempre. Entonces, la sensación de malestar disminuirá. La ansiedad es desagradable, ¡Pero no durará para siempre!
    La mente puede llegar a ser traicionera, elaborando ideas y situaciones que no son realistas y que nos hacen mucho daño. Por eso merece la pena exponerse y comprobar qué ocurre en realidad. Por lo general, las personas no tienden a basar toda su opinión sobre otros en un solo comentario. Si realmente sí ocurre, tal vez es momento de plantearse si merece la pena relacionarse con esos compañeros.
  2. Ve más allá.
    Nuestra interpretación de las experiencias nos puede decir mucho sobre nosotros mismos. Si la situación no sólo te genera un momento de vergüenza momentáneo, sino que te lleva a utilizar internamente palabras como “torpe” o “ridículo”… Tal vez el comentario que has hecho no es lo que te genera emociones intensas y desagradables. Si te ocurre algo similar, es momento de trabajar sobre tu forma de interpretar las situaciones. Tal vez, también sobre la autoestima. Modificar un autoconcepto negativo generará emociones de menos intensidad y por tanto más llevaderas.
  3. Exprésate, comparte tu emoción
    Compartir la experiencia puede ayudar a que el malestar que generan algunas emociones se reduzca. Especialmente, si se trata de una emoción social, como es la vergüenza. Puedes hacerlo con una persona de confianza. Comprobarás que, normalmente, las otras personas no perciben nuestro comportamiento vergonzante de la misma manera que nosotros mismos. Incluso a veces recibirás mensajes del tipo “a mí también me ha pasado algo parecido”. ¿Quién no hecho alguna vez un comentario desafortunado? Como la vergüenza es una emoción social, percibir que la experiencia es común ayuda a rebajar el malestar.

Artículo escrito por Marta Belenchón

Psicóloga General Sanitaria

MotivARTE

La palabra Motivación es resultado de la combinación de los vocablos latinos motus (traducido como “movido”) y motio (que significa “movimiento”). A juzgar por el sentido que se le atribuye al concepto desde el campo de la psicología y de la filosofía, una motivación se basa en aquellas cosas que impulsan a un individuo a llevar a cabo ciertas acciones y a mantener firme su conducta hasta lograr cumplir todos los objetivos planteados. La noción, además, está asociada a la voluntad y al interés.

En otras palabras, puede definirse a la motivación como la voluntad que estimula a hacer un esfuerzo con el propósito de alcanzar ciertas metas.

Parecerá, visto desde esta perspectiva, que lo único que debemos hacer para alcanzar nuestros objetivos sea proponernos esas metas y emplear el esfuerzo necesario para realizarlo. En algunos casos estos ingredientes son suficientes para cumplir el propósito, pero ¿qué ocurre en los casos en los que no lo es?.

Las explicaciones vienen de la mano de la definición anteriormente mencionada, en la que la persona busca el movimiento, la acción, el esfuerzo en definitiva para tratar de cumplir con sus ideales, puede tratarse de una inadecuada definición de éstos objetivos, quizá sean poco realistas, irrealizables tal vez, o bien requieren de mayores dosis de esfuerzo al que se viene empleando.

Generar esa energía motivacional de la nada, requiere un aprendizaje, un conocerse en el amplio espectro de la persona, sabiendo dónde van a estar nuestros picos de atención y de motivación, qué acciones requieren de mayores dosis de autorefuerzo para poder llevarlas a cabo.

Cabe resaltar que la motivación implica la existencia de alguna necesidad, ya sea absoluta, relativa, de placer o de lujo. Cuando alguien está motivado, considera que aquello que lo entusiasma es imprescindible o conveniente. Por lo tanto, la motivación es el lazo que hace posible una acción en pos de satisfacer una necesidad.

En relación precisamente a cómo la necesidad influye en la motivación es interesante recalcar que existe una teoría clásica, la de la jerarquía de necesidades de Maslow, que precisamente deja patente cómo existe una estructura piramidal de aquellas que son las que contribuyen de la mejor manera a motivar a una persona en cuestión.

Dentro de esas necesidades se encuentra la Necesidad de Autoestima, la salud de la misma se ve afectada por la imagen que tengamos de nuestro propio desempeño, y de la capacidad de generar los esfuerzos necesarios para alcanzar nuestros sueños.

Para crear en cada momento la energía motivacional suficiente es importante nuestro Diálogo Interno, los mensajes que nos decimos en todo momento sobre lo que hacemos y sobre lo que somos. Cambiar los “deberías” por los “me gustaría”, es una buena manera de empezar.

También es importante darse cuenta que muchas veces para que experimentemos esa motivación se debe empezar “haciendo”, porque en la mayoría de los casos sólo nos reforzará el esfuerzo realizado.

Ansiedad ¿buena o mala?

Cada vez se habla más de los problemas relacionados con el estrés y la Ansiedad, las nuevas exigencias y ritmos de la sociedad en la que vivimos nos empujan a nuevos desafíos y trastornos con los que antaño no contábamos.

No es raro en consulta ver como las personas llegan con “quejas” indeterminadas, dolores de cabeza que no se les van, malestar de estómago, problemas de espalda, etc, habiendo visitado a especialistas diferentes (neurólogos, digestivo, fisios, etc.). Cuándo todos estos profesionales en sus diferentes campos no encuentran una patología asociada a estos síntomas suelen concluir con un “debe ser un problema de Ansiedad”, y en parte tienen razón.

ansiedad

Para determinar si estamos ante un trastorno de Ansiedad convendría en cualquier caso que fuera evaluado por un especialista en Psicología Clínica que vea las correlaciones entre dichos síntomas y la afectación a diferentes niveles, éstos serían:

  • Fisiológica: sudoración, tensión muscular, dolores (cabeza, espalda, cuello, estómago), mareos, palpitaciones, hormigueos, sensación de ahogo, etc.
  • Conductual: se evitan situaciones que puedan generar ansiedad o miedo, se restringen comportamientos sociales, llanto, explosiones de enfado, etc.
  • Cognitiva: pensamientos anticipatorios de peligros o amenazas, preocupación excesiva, pensamientos irracionales del tipo “me está pasando algo malo”, “me está dando un ataque al corazón”, etc.

Hay numerosos síntomas o señales de alerta que nos están indicando que estamos ante un problema de Ansiedad, si estáis dudando de si os pasa o no algo similar, ante la duda lo mejor es acudir a un profesional que os pueda orientar, muchas veces con unas pocas pautas podemos cambiar dinámicas disfuncionales y sentirnos mucho más tranquilos y controlados, y en definitiva más felices.

Raúl Castelló Moreno

Psicólogo especialista en Clínica

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Filosofía del “refuerzo”

En los tiempos que corren no es inusual escuchar una frase más o menos manida que hace referencia a que hay una crisis de valores y no solamente económica haciendo mención especial a los jóvenes de una generación mal llamada “perdida”. Esta frase seguro la habéis escuchado alguna vez en boca de un supuesto “experto” en estas lides, vendría a decir algo así como : “estos chavales de ahora les falta filosofía del esfuerzo”.

¿Qué quieren decir con esto?, ¿qué no se esfuerzan?, ¿que han tenido demasiadas facilidades?, o ¿volvemos a lo de la crisis de valores erróneamente transmitidos o mal aprendidos?. Continuar leyendo “Filosofía del “refuerzo””

¿Extrovertido / Introvertido?, o los dos.

¿No te gustan las multitudes y te gusta la idea de disponer de un fin de semana sin ningún plan previsto y poder disfrutar de tu tiempo libre estando en casa?, ¿Te resulta agotador estar rodeado de gente todo el tiempo (incluso si se trata de personas con las que te llevas bien)?, ¿Prefieres pasar la noche del sábado en un bar lleno de gente o prefieres otro plan más sosegado?. Tal vez tus respuestas a estas preguntas son claras o tal vez te encuentras en algún punto entre ambos extremos. Sean cuales sean tus respuestas, el origen de tus preferencias se debe a la forma en que tu cerebro responde a las recompensas.

Una manera rápida, fácil y bastante exacta para determinar la tipología de una persona es tener en cuenta qué es lo que ésta suele hacer cuando se siente estresada, cansada, abrumada o exhausta, ¿qué suele (o quiere) hacer para sentirse mejor?, ¿qué busca o necesita para relajarse?. Lo que le funciona mejor para recargar las baterías a nivel psicológico. Por lo general, hay dos tipos de respuestas a esta pregunta. Continuar leyendo “¿Extrovertido / Introvertido?, o los dos.”