Con un niño tan deseado como lo fue Javier nadie entendía que su primeriza madre Lorena no estuviese irradiando felicidad por todos sus poros. Hacía ya cuatro meses de su nacimiento y la situación había ido de mal en peor. Los primeros síntomas como cambios de humor, irritabilidad, llanto, cierta ansiedad y dificultades para dormir, habían sido tomados como una reacción natural al parto y a los cambios hormonales que se derivaban del proceso. Su familia se volcaba en todo momento con ella y el bebé ayudándolos en cuanto podían, sin embargo, Lorena no entendía porque una experiencia que debía ser una de las más felices y apasionantes de su vida la estaba viviendo con una mezcla de miedo, tristeza e impotencia, esto le generaba unos sentimientos de culpa enormes que contribuían a hacerle sentir todavía peor. Le atenazaba la idea de estar siendo una “mala madre”, y no estar ocupándose debidamente del pequeño Javier.
Lo que le estaba pasando a Lorena era lo que habitualmente se conoce como Depresión Posparto.