El virus del pensamiento negativo

Felipe acude por primera vez a consulta muy angustiado y sin saber muy bien qué hacer. Desde siempre había sido una persona muy activa y dinámica, emprendedora en numerosos proyectos y por ende con éxito en aquello que se había propuesto.
Desde hacía un tiempo parecía que todo le costase más trabajo de lo habitual, ahora tenía 37 años y una vida más bien acomodada, se había casado (felizmente) hacía dos años y todo en casa funcionaba a la perfección, sin embargo a Felipe le imbuía una sensación de insatisfacción indefinida, parecía que todo tuviera un matiz opaco, de limitada translucidez.
Incluso las cosas que más le entretenían y divertían, como sus partidas de póker hasta altas horas de la madrugada con sus amigos, se habían convertido en algo rutinario y tedioso que cada vez le atraían menos. Desde siempre se había considerado una persona deportista y con hábitos de vida saludable, todos los días religiosamente a la misma hora se calzaba sus deportivas y corría sus 8 km de rigor, le gustaba (y se jactaba) de cuidar su alimentación. Todo esto le hacía sentirse bien y de alguna manera elevarse por encima del resto de mortales.
Llevaba ya un tiempo que tampoco esto le animaba, pensaba que ¿para qué el esfuerzo?, pero a la vez se criticaba por incumplir sus rutinas saludables cosa que le hacía sentirse tremendamente culpable.
Si lo pensaba, en realidad, últimamente sus emociones fluctuaban entre el abatimiento y el sentimiento de culpa por casi todo lo que antes hacía y ahora se veía incapaz de hacer.
¿Qué es lo que me pasa?, ¿por qué no consigo ser feliz?, se preguntaba constantemente, y los intentos de ayuda por parte de su mujer, familia y amigos parecían chocar contra un muro, lo que les asustaba en principio, pero frustraba y enfurecía después.

Deja-atrás-la-depresión

 

Lo que le había pasado a Felipe es algo que no por habitual resulta menos dañino y angustioso si no se trata de manera profesional, nos enfrentábamos a una depresión incipiente. En un momento determinado Felipe había empezado a usar unas “gafas de ver en negativo”, lo que antes asumía como retos y formas de conseguir objetivos, ahora le parecían muros infranqueables y desafíos no aptos para sus habilidades. Había aparecido la crítica destructiva y con ella los sentimientos de culpa y la afectación de su autoestima. Como lo que antes hacía ahora no le motivaba y no sentía que tuviera la misma energía de antes, dejó de hacer muchas cosas que le hacían sentir bien  (pérdida de reforzadores) con lo que la soga de la depresión fue cerrándose cada vez más entorno a él.

Estas gafas de ver en negativo nos las hemos puesto todos alguna vez, por alguna situación que no acabamos de saber como gestionar, por tener una predisposición al pensamiento negativo,  por un cúmulo de circunstancias de índole vital o por haber realizado aprendizajes erróneos de cómo afrontar diferentes situaciones.

Son pensamientos negativos que nos afectan en muchos momentos y a los que conviene mantener bajo control, una forma adecuada de hacerlo es intentar racionalizar dichos pensamientos y quitar importancia relativizando la situación en cuestión.

Por fortuna Felipe supo buscar ayuda profesional, ya que, se dio cuenta que solo no podía, tampoco le valía en ese momento las soluciones que tan loablemente le ofrecían amigos y familia, supo ver que necesitaba un aprendizaje diferente al que hasta el momento había tenido, y a día de hoy se encuentra recuperado y con un bagaje experiencial del que antes carecía.

Raúl Castelló

Psicólogo CV09358